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La poesía es sin duda el artilugio más sutil para la emoción humana y a la vez el más incómodo de los espejismos para el poder.
El hielo que deja una noche fría, en cambio, puede ser un incómodo muro de agua estanca o una epifanía única e irrepetible de sublime belleza.
Apreciar la poesía o un trozo de hielo depende del lugar donde se posiciona uno ante la vida, pero sobre todo de cómo es capaz de medir el tiempo.
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